Anarquía pragmática

La anarquía no es para ser pensada, es para ser vivida. Esta idea va de encuentro con buena parte de lo que es llamado anarquismo hoy día. Anarquía no es para ser una organización social formal, sino la idea de que ninguna organización formal es necesaria, o siquiera beneficiosa. Por un lado, anarquía no significa la falta o la negación de cualquier orden social, pero sí el des-compromiso racional con el actual orden. El orden social puede existir sin que tengamos que formular su existencia por convenciones y conceptos. Tal orden está presente en todas las poblaciones, de todas las especies, y no sólo en aquellas que dominan el concepto de sociedad o el arte del discurso verbal. Y esas sociedades no funcionan de forma caótica, pero tienen una organización funcional práctica. Aunque ningún miembro sepa explicar cómo y porque una sociedad funciona, eso no impide que funcione. Y además, la falta de necesidad de explicar y diseñar el funcionamiento de la sociedad puede ser explicada por el simple hecho de que las sociedades funcionaban muy bien, las personas tenían sus necesidades satisfechas tan naturalmente como es de esperarse con cualquier ser vivo.

El funcionamiento de una sociedad libre debe ocurrir sin la interferencia coercitiva de cualquier institución cultural. Su organización es natural, pues emerge de las relaciones entre individuos, ultrapasando cualquier conocimiento que los individuos puedan tener sobre sí mismos, la suma de sus individualidades o los factores ambientales que los afectan. Todo eso es pensado sin que sea explicado, es lo que llamamos de intuición.

Una sociedad construida primariamente por el discurso formal es siempre más limitada que una sociedad construida por el diálogo directo entre miembros y medio ambiente, porque el discurso formal es siempre menos complejo, es siempre una reducción del real a un modelo ideal. Lo que funciona en nuestras mentes no es necesariamente lo que va a funcionar en el mundo real. No es de espantarse que sociedades fundadas en el discurso formal tiendan a desmantelarse. Esto no quiere decir que el discurso en sí sea algo maléfico, sólo que no es una herramienta tan buena cuanto el diálogo directo entre práctica y la naturaleza para construir culturas sustentables.

La anarquía no es una monarquía sin reyes, ni una monarquía donde todos son reyes, o cualquier otra forma de organización de este tipo. Anarquía es la ausencia de cualquier arquitectura social creada por el hombre y para el hombre. En este sentido, cualquier sociedad regida por principios discursados es antropocéntrica, por que tales principios sólo pueden ser expuestos en términos humanos. El orden anárquico es libre para emerger del caos de la tentativa y el error, en lugar de la imposición de las reglas y pre-definiciones sobre lo que es adecuado para cada situación. El modo tribal fue seleccionado por su adaptación natural, no por su embasamiento teórico. Una sociedad idealizada requiere individuos ideales, y por eso estamos en constante y creciente conflicto con aquello que realmente somos.

Algunas cosas parecen que jamás funcionarán para sociedades humanas. Toda población humana que intentó promover una cultura de acumulación y expansión entró en colapso, como la nuestra está entrando. Podemos crear infinitas teorías sociales que pueden contener los efectos de esa tragedia, pero está claro que nuestra situación sólo tiende a empeorar mientras más insistimos en permanecer con los mismos fundamentos culturales, porque estos son insostenibles. La anarquía es la renuncia de la gran lucha de la civilización: la lucha para conquistar el mundo. Esta lucha debe ser abandonada, porque ella no puede ser vencida sin que nos destruyamos en el proceso. Anarquía es todo lo que sobra cuando ya no hay nadie diseñando su vida con discursos racionales y civilizados, (NI SIQUIERA TÚ, AÚN). La autonomía y la libertad de que seamos realmente humanos exigen que seamos salvajes, y esto no quiere decir nada además de dejar que la sociedad humana sea creada en conjunto con los seres humanos que nos acompañan y de los cuáles dependemos. Ser salvaje no significa ser violento, estúpido o caótico. Significa no ser domesticado, no ser formado por estructuras meramente humanas, que son ineludiblemente restrictivas. Una sociedad realmente libre, mientras que sea parte integral de este planeta, debe surgir en una cooperación de esfuerzos y de intereses entre hombre y naturaleza, y no sólo ser creación humana, hecha para beneficiar humanos sin deterioro de todas las otras especies.

Una anarquía pragmática significa dejar a la realidad hablar por sí sola sobre como una sociedad puede o debe ser. El especismo creó la idea de que el universo entero fue creado para nuestro exclusivo beneficio. Igualmente errado sería decir que nuestros intereses son menos importantes que los intereses de los otros seres vivos. La cuestión no es que intereses debemos priorizar, pues los intereses de todos los seres vivos sólo surgieron como tales por adaptación, y no pueden mantenerse por mucho que tiempo sin que entren en conflicto con lo que ya estaba funcionando antes de ellos. Es en ese punto que el pragmatismo puede ser inspirador, pues él niega las verdades universales y considera sólo aquello que funciona, temporal y localmente. Entonces en vez de intentar formular una utopía anarquista, podemos improvisar una nueva cultura, cada acción como un paso de una danza sin coreografía, un verso libre de una poesía escrita por varias manos, una historia interactiva contada entre amigos, o una relación entre amantes interesados en las sensaciones de placer de ambos, y no en la eficiencia mecánica del acto.